XXII Festival Flamenco de Fondón
[El pasado 1 de agosto de 2012 en la era de Tomatito de la localidad alpujarreña de Fondón se celebró la vigésimo segunda edición de su tradicional Festival Flamenco. Éste es el texto de mi presentación]
Primero
fue el flamenco. Es verdad que luego aparecieron el encanto de su valle, el
río, la sierra, la vega, el vino, los embutidos... Pero, lo reconozco, primero
fue el flamenco.
Después
del paisaje llegó el paisanaje. Sin este vecindario, Fondón no sería lo que es,
ni el flamenco se hubiera vestido con la enjundia que lo ha hecho en estos ya
22 años de vida, por derecho propio y con el empeño de los aficionados que aman
este arte.
Pero
lo que primero me hizo echarle el ojo a este terruño alpujarreño fue el
flamenco. Por eso, y por todo lo que me atrajo a continuación decidí ser un
fondonero más.
Uno
como aquéllos que antaño en la plaza Mayor se encontraban y convivían. Algo así
como estamos haciendo esta noche en esta era a la que hace dos lustros
rebautizamos como la de Tomatito; y en la que en lugar de trillar hemos hecho
un trueque natural para que prevalezca el intercambio artístico.
Aunque
tampoco distará mucho de lo que se hacía en los tiempos de siega: es decir,
cantar. Lo hacían en cualquiera de las eras de aquí, o en las de Fuente
Victoria, o en las de Benecid, ahora en fiestas.
Los
repobladores que castellanizaron este éxodo morisco se dejaron cautivar por los
influjos de una huella tan imborrable como la de la herencia del islam.
Los
árabes no dejaron sólo canela, clavo, sésamo, miel, piñones, nueces o almendras
para hacer el bacalao de pastores con el que aún se relamen las abuelas cuando
lo recuerdan; ni la carne al ajo cabañil, ni el potaje minero que llenaba de
efluvios las galerías de esa ladera de la Sierra de Gádor y sus entrañas. En
este viejo núcleo de tradición islámica también se adoptaron gestos,
expresiones, palmeos, ritmos y compases que cimentaron un puente artístico por
el que hoy transitan el quejío y el rasgueo de guitarras.
A
esa comunión también contribuyeron los mineros, no sólo en sus fiestas, sino
también con sus letras de lamentos. Al igual que los cantes de ida y vuelta, la
población fondonera vacilaba al capricho de cuando se cegaban o abrían nuevas
vías en las minas de plomo. Pues, sin ir más lejos, como esta noche: una lengua
de aficionados flamencos que serpentea por los vericuetos de Fondón para
desembocar en este acontecimiento que cada agosto perturba La Alpujarra.
Y
al final, antes del cante, el silencio. Si acaso sólo interrumpido por los
chorros de agua de alguna fuente; como dentro de un instante irrumpirá un
quejío en la madrugá impregnada de aroma a jazmines.
El periodista Antonio Sánchez de Amo y el flamencólogo José Antonio López Alemán durante la presentación del Festival. Foto de Javier Alonso |
Pero
mejor separemos el grano de la paja, y dejemos que sean los entendidos quienes
ilustren sobre los invitados del cartel de esta noche. Si bien permítanme que
antes les revele algunas de las aventuras y desventuras que hace 21 años, en la
primavera de 1991, hacían juntos dos treintañeros del flamenco: José Mercé y
Fernández Torres, Tomatito.
Estaban
a pocos kilómetros de aquí. En el pueblo vecino de Berja. La Diputación de
Almería contrató aquel año al cantaor para vestir de lujo su circuito
provincial de flamenco que recorrería también las localidades de Macael, Serón
y Oria.
"¿Y
quién le va a tocar al de Jerez, sobrino como es de Sordera?", vinieron a
preguntarle los pichuleros de Diputación al que en aquel año era la primera vez
que hacía las labores de asesor flamenco de la institución, el hoy renombrado
José Antonio López Alemán: "¡Tomatito, quién si no!", espetó el
reputado flamencólogo; alta distinción que tampoco desea ostentar.
El
de Pescadería no dijo que no. Pero puso una condición: "Si me llama el de
la Isla para que le toque buscaros a otro porque yo no le fallo a
Camarón".
Ésa
es su estirpe, como la de otros dos benjamines que también aparecerán ahora. El
de Enrique Morente, que no pudo pisar este escenario y hoy lo hará en su representación
su hijo Quique. Y el de Tomatito, que rendirá un homenaje a su abuelo con una
zambra, esa fiesta gitana semejante a la que empleaban los moriscos, con su
bulla, baile y regocijo.
Y
después de esta noche el tiempo parecerá inmutable, como las piedras de pizarra
que nos rodean. Pero el tiempo seguirá, y el Festival de Flamenco de Fondón pellizcará
un año más, con el mismo duende que nació: la pasión y la ternura de su
misterioso embrujo.
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