Racismo, sí; aunque con sutileza
[Café de Opinión de Almería Acoge > 16 enero 2012]
Estamos más comedidos. A fuerza de golpes en el orgullo patrio (y a veces en el seudomoral), hemos dejado de lado aquella exacerbación de nuestro sentimiento racista con la que pregonábamos a los vientos de poniente, y luego a los de levante, el rechazo a lo extraño, lo extranjero, lo raro, lo desconocido, lo temido... Nos hemos vuelto más sutiles. Somos capaces de contestar sin error cualquier encuesta sociológica sobre costumbres y relaciones con el prójimo procedente de otro país (sin dinero en el bolsillo); y hasta dormimos a pierna suelta creídos de ganar el reino de los cielos o la palmadita del vecino por haber comprado esta mañana unas exclusivas gafas D&G a un subsahariano (léase también negro) que extendía una manta de imitaciones en el suelo de un libertado Paseo.
La asociación de apoyo al colectivo inmigrante 'Almería Acoge' ha tomado por costumbre (sanísima) reunir una vez al mes a cualquier periodista que se arrime al querer del conocimiento migratorio. Somos pocos; por desconocimiento o por saturación de tiempo ocupado en la virtud de informar o por desinterés. El caso es que nos venimos reuniendo en torno a ese 'Café de Opinión' alrededor de media docena de profesionales de la libertad de expresión y otra media del otro bando, el del que desean que la expresión les haga libres.
El caso es que en el encuentro de enero, El Hadji, un senegalés apodado en el barrio de La Fuentecia como 'El Mayor', por el tiempo asentado en Almería y por el más de medio siglo de vida que tiene (aunque no lo aparenta), contó uno más de esos rechazos racistas que sufre de forma cotidiana cualquier inmigrante de bien que madruga, trabaja, come, trabaja, descansa, trabaja y se divierte con sus amigos o familiares en tierras almerienses, pacíficas donde las haya. Los directivos de 'Almería Acoge' no perdían ripio para despertar nuestra atención sobre el citado incidente, sin caer en la cuenta de que en la mente de cualquier periodista siempre se queda el substrato de lo que es noticioso sin necesidad de insistir nuevamente. Al menos de eso estaba yo convencido, porque salvo error u omisión, aún no he visto la noticia de lo acontecido en Níjar. Tampoco la han subido aún a la sección 'Denuncias' de la página web de la asociación.
El Hadji reprodujo el bochornoso episodio que dice que sufrió un compatriota en una sucursal del Banco Popular en la pedanía nijareña de Campohermoso, a la que acudió para ingresar dinero en su cartilla de ahorro (con la esperanza de que la entidad bancaria no se lo gastara en plusvalías extrañas). Cuál fue su sorpresa cuando un empleado, lejos de velar por los pingües beneficios de la mano que le da de comer, le espeta que se vaya a su país. No contento con el exabrupto en la recomendación, le rompe la tarjeta de crédito en sus narices y le niega la hoja de reclamaciones.
El Hadji ha visto ya de todo, pero no por eso deja de indignarse. Llegó a Almería en el año 1989, a bordo de una “patera moderna”, porque lo hizo como pescador en una embarcación pesquera desde Senegal a Gran Canaria. El patrón no podía pagarle a la tripulación y los abandonó con una mano atrás y otra delante en la isla graciosa. Ha recorrido invernaderos, mercadillos de venta ambulante, programas de orientación social... Y aunque desde 1991 tiene papeles oficiales, el principal garante del que presume es su “mochila personal”: con sus historias, su pasado, su vida... A pesar de que ella esté salpicada de esas sutilezas del racismo en las que nos escondemos los marginadores; como el hecho de colocarle una "X" delante del número de DNI para identificarlo como extranjero, aun ya teniendo la nacionalidad española.
En torno a este café se sentó en esta ocasión Sally. Ella no sólo ha visto ese tipo de perspicacias; también se lo han hecho descaradamente. Trabajaba en las tiendas del aeropuerto en Senegal cuando en el año 2003 su hermana que había emigrado a Sevilla enfermó. Lo dejó todo para venir a cuidarla al Hospital; aunque falleció en su tierra dos años después. Sally tuvo las dos caras de la moneda. Siempre ha estado agradecida a la trabajadora social que le prestó una casa durante seis meses y a la anciana de Triana que la acogió como interna para su cuidado personal, en contra del gusto de la familia que no veía de buen agrado que una negra tuviera tanta confianza en aquel luminoso pisito sevillano.
Es algo así como la envidia de que a alguien le vaya mejor que a ti o de que quien no sea de tu misma condición no deba alcanzar los mismos derechos. Algo así contó Naima. Es marroquí y llegó con un visado desde Francia en el año 1995. Licenciada en Física Aplicada, había ganado una beca y consiguió los papeles oficiales un año después. Se casó con un almeriense, tuvieron una hija y decidió convivir con sus nuevos vecinos. "Pero no te aceptan. Aquí no se acaba de diferenciar entre integrase, adaptarse o someterse. Esto es lo que te piden enmascarado en la integración". Y un día le llego esa sutileza de discriminación que nos gastamos hoy negando la mayor y evitando que nos señalen por ello. Naima, al tener ya nacionalidad española, fue nombrada en los pasados comicios como miembro de una mesa electoral; cuando se personó puntualmente como el resto de fieles cumplidores de las leyes españolas, la miraron a la cara, identificaron su piel cetrina y resolvieron que se había equivocado de lugar y de derecho. "Ni siquiera querían dejarme votar". Vamos, sin sutilezas: racismo en toda su expresión.
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