lunes, 27 de enero de 2014

Tiene razón Gallardón; y el obispo de Almería también

Texto de ANTONIO SÁNCHEZ DE AMO publicado en la prensa local almeriense

No le faltan razones al ministro de Justicia cuando dice lo que dice a cuento de su tan cacareado proyecto de Ley contra los fetos defectuosos. Ser el abogado del Reino no implica ser erudito en cualquier asunto. A veces es al contrario. Recuerden aquel otro cuento del traje del Rey: crees lo que deseas escuchar que te digan. Claro que Alberto Ruiz Gallardón tiene razón. Claro que son plausibles los argumentos que esgrime para defender el texto legislativo que estrangulará los motivos por los que abortar en España y engendrar fetos de primera y de segunda. Son las razones de un político rodeado de decadentes mentes obtusas, de atormentados susurros del averno y de su apoltronado podium de la ignorancia; mejor dicho, de la necedad. Recuerden que el necio desconoce aquello que debería saber.

El ministro Gallardón, antes de abrir su boca de heredados oropeles, debería haber pasado al menos un par de meses cuidando mañana, tarde, noche y madrugada a un dependiente extremo; haber buscado durante años los milagros médicos que sacaran a su hijo del nefasto laberinto del sistema público o lustros tocando a las sordas puertas de las investigaciones farmacológicas que mitigaran el sufrimiento de un ser querido. No, no lo ha hecho. Y si alguna vez se viera en ese trance, recurriría a los faustos extraordinarios de su cartera para contratar a una sudamericana que le limpiara el culo y las babas a un decadente paria de nuestra demagoga sociedad; o pagaría los servicios de una lujosa y aislada residencia privada sin barrotes ni corpulentas celadoras (que eso también está mal visto), para evitar la mirada de la hipocresía cotidiana, o recibiría directamente en casa desde el laboratorio de prebendas habituales los remedios para una cura exclusiva.

No repudio la diferencia. Mis manos y mis piernas lo son. No maldigo el límite intelectual o la incontinencia orgánica. Cada día me cruzo con ellas en el pasillo de nuestra Asociación. A la Unidad de Estancia Diurna con terapia ocupacional ‘Juan Goytisolo’ de Verdiblanca acuden medio centenar de personas con muchas carencias; pero también con envidiables virtudes. Son felices. Y sus padres también. No he escuchado nunca a ninguno de ellos, y nunca lo harán, maldecirse por tener al hijo o la hija que en suerte natural les ha tocado tener. Esos padres y madres tienen razones para ser felices con lo que trajeron al mundo. Pero les inquieta y conmueve la incertidumbre de lo que ocurrirá cuando lo abandonen y sus hijos permanezcan en él. Veo a entusiasmadas parejas enjutas, con más de setenta años de edad, con titilantes ayudas de la dependencia, que siguen empujando la silla de ruedas de sus mellizos paralizados del cuello para abajo, vistiéndolos cada mañana o metiéndolos en la ducha cada noche. Es conmovedor; pero nadie les preguntó qué querían para el futuro de sus hijos, y del suyo. Lo verdaderamente demoledor es ver sus caras cuando se preguntan que será de ellos cuando mueran; también por Ley natural.

Por eso me sonrojo cuando escucho las razones del guía espiritual de la cristiandad almeriense hablando de ecología humana (sic). Sin mirar lo que hace su mano derecha (en su nutrida alacena, con su caudalosa Visa, desde su opulento púlpito…), el obispo de Almería alza la izquierda señalando al pecador; olvidando que incluso la propia selección natural ya se encarga de encontrar razones para el equilibrio que necesitamos los seres vivos. “Si cuidamos las especies y las plantas…”. Adolfo González Montes se refiere a que en conciencia y caridad también debemos cuidar de nuestros seres queridos, aunque en esencia sean como vegetales. En un tiempo remoto, en el que algunos aún se regodean, ante estos infortunios en la descendencia lo habitual era darse golpes en pecho rezando “por mi culpa, por mi gran culpa”. Entre lamento y lamento las vemos venir, nos hipnotizan con cánticos, paralizan nuestras reivindicaciones y nos olvidamos un rato de la crisis económica que nos asfixia; aunque no deberíamos hacerlo de la ideológica e intelectual de muchos de nuestros gobernantes.

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