Texto de ANTONIO SÁNCHEZ DE AMO publicado en la prensa local almeriense
No le faltan razones al ministro de Justicia cuando dice lo
que dice a cuento de su tan cacareado proyecto de Ley contra los fetos
defectuosos. Ser el abogado del Reino no implica ser erudito en cualquier
asunto. A veces es al contrario. Recuerden aquel otro cuento del traje del Rey:
crees lo que deseas escuchar que te digan. Claro que Alberto Ruiz Gallardón
tiene razón. Claro que son plausibles los argumentos que esgrime para defender
el texto legislativo que estrangulará los motivos por los que abortar en España
y engendrar fetos de primera y de segunda. Son las razones de un político
rodeado de decadentes mentes obtusas, de atormentados susurros del averno y de
su apoltronado podium de la ignorancia; mejor dicho, de la necedad. Recuerden
que el necio desconoce aquello que debería saber.
El ministro Gallardón, antes de abrir su boca de heredados oropeles,
debería haber pasado al menos un par de meses cuidando mañana, tarde, noche y
madrugada a un dependiente extremo; haber buscado durante años los milagros
médicos que sacaran a su hijo del nefasto laberinto del sistema público o
lustros tocando a las sordas puertas de las investigaciones farmacológicas que
mitigaran el sufrimiento de un ser querido. No, no lo ha hecho. Y si alguna vez
se viera en ese trance, recurriría a los faustos extraordinarios de su cartera
para contratar a una sudamericana que le limpiara el culo y las babas a un
decadente paria de nuestra demagoga sociedad; o pagaría los servicios de una
lujosa y aislada residencia privada sin barrotes ni corpulentas celadoras (que
eso también está mal visto), para evitar la mirada de la hipocresía cotidiana,
o recibiría directamente en casa desde el laboratorio de prebendas habituales
los remedios para una cura exclusiva.
No repudio la diferencia. Mis manos y mis piernas lo son. No
maldigo el límite intelectual o la incontinencia orgánica. Cada día me cruzo
con ellas en el pasillo de nuestra Asociación. A la Unidad de Estancia Diurna
con terapia ocupacional ‘Juan Goytisolo’ de Verdiblanca acuden medio centenar
de personas con muchas carencias; pero también con envidiables virtudes. Son
felices. Y sus padres también. No he escuchado nunca a ninguno de ellos, y
nunca lo harán, maldecirse por tener al hijo o la hija que en suerte natural
les ha tocado tener. Esos padres y madres tienen razones para ser felices con
lo que trajeron al mundo. Pero les inquieta y conmueve la incertidumbre de lo
que ocurrirá cuando lo abandonen y sus hijos permanezcan en él. Veo a
entusiasmadas parejas enjutas, con más de setenta años de edad, con titilantes
ayudas de la dependencia, que siguen empujando la silla de ruedas de sus
mellizos paralizados del cuello para abajo, vistiéndolos cada mañana o
metiéndolos en la ducha cada noche. Es conmovedor; pero nadie les preguntó qué
querían para el futuro de sus hijos, y del suyo. Lo verdaderamente demoledor es
ver sus caras cuando se preguntan que será de ellos cuando mueran; también por Ley
natural.
Por eso me sonrojo cuando escucho las razones del guía espiritual
de la cristiandad almeriense hablando de ecología humana (sic). Sin mirar lo
que hace su mano derecha (en su nutrida alacena, con su caudalosa Visa, desde
su opulento púlpito…), el obispo de Almería alza la izquierda señalando al
pecador; olvidando que incluso la propia selección natural ya se encarga de
encontrar razones para el equilibrio que necesitamos los seres vivos. “Si
cuidamos las especies y las plantas…”. Adolfo González Montes se refiere a que
en conciencia y caridad también debemos cuidar de nuestros seres queridos,
aunque en esencia sean como vegetales. En un tiempo remoto, en el que algunos
aún se regodean, ante estos infortunios en la descendencia lo habitual era darse
golpes en pecho rezando “por mi culpa, por mi gran culpa”. Entre lamento y
lamento las vemos venir, nos hipnotizan con cánticos, paralizan nuestras
reivindicaciones y nos olvidamos un rato de la crisis económica que nos asfixia;
aunque no deberíamos hacerlo de la ideológica e intelectual de muchos de
nuestros gobernantes.
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